Sociólogo, académico Psicología
Universidad Andrés Bello
El domingo recién pasado, nuevamente nos enteramos de un condenable episodio de violencia en los estadios, en pleno clásico de nuestro fútbol, donde para muchos este deporte se vive como una religión: Un adulto furibundo y rabioso se toma la atribución de golpear a un menor de edad, el motivo fue la celebración del gol del equipo contrario. Sin dudas este acto será investigado por la institucionalidad de la Niñez y sancionado por la legislación de violencia en los estadios.
En nuestros días, pese a la normativa y a los intentos por acabar con la violencia en el fútbol podemos ver numerosos casos preocupantes de agresiones en este deporte: desde el padre que insulta a al árbitro hasta batallas campales en el terreno de juego y fuera de él.
Si hacemos una búsqueda en Google con las palabras fútbol y heridos podemos ver nuevos casos casi mensualmente y, en ocasiones, numerosos muertos. Pero ¿cuál es el origen de la violencia? ¿Qué nos lleva a ella? ¿La violencia está aceptada por el grupo?
El fútbol nació en Europa, concretamente en las Islas Británicas. Los primeros códigos británicos se caracterizaron por la poca organización del deporte y la extrema violencia que había en él. El número de jugadores era ilimitado, llegando a jugar pueblos enteros contra otros pueblos.
Lo cierto que este deporte tenía como objetivo desde su origen batir y aniquilar al enemigo. Los primeros códigos británicos que le dan origen se caracterizaban por su extremada violencia y poca organización.
Se puede afirmar que el fútbol incorpora hoy en día un lenguaje bélico. La estrategia y la táctica como organizadores pacíficos del conflicto. El disparo de misiles, la existencia de bombazos, el cobro de tiros libres y la falta máxima de un penal. Un jugador potente es el tanque Campos o si tiene un tiro fuerte será el Mortero Aravena.
Dicho lenguaje puede suscitar emociones negativas y de agresividad de forma explícita en nuestro comportamiento y nos lleva a una emoción más defensiva y agresiva. Hay que resaltar la normalización y baja condena de insultos lanzados por los aficionados, e incluso entre jugadores. Dichos insultos son aceptados por el grupo y la sociedad, y son vistos como algo “normal” en el juego.
El anonimato y el apoyo que el grupo, en el que nos encontramos, proporciona un respaldo para sacar esas conductas agresivas. Al encontrarnos dentro de un grupo hace que la culpa y la responsabilidad de esos insultos, e incluso agresiones (objetos contundentes o fuegos artificiales lanzados al campo), se dividan en partes iguales. Nos sentimos respaldados por nuestro grupo.
Se trata, además, de un deporte muy emocional, que va muy unido con la agresividad, un rasgo innato que tiene todas las especies animales y es parte de nuestro instinto por la supervivencia y los recursos del ambiente. Cuando dicha agresividad se manifiesta contra otro ser vivo se habla de agresión.
El balompié culturalmente se juega y se vive como algo nuestro. Llegamos al concebir a nuestro equipo como “nuestra familia” y se tiene que “luchar por ellos”. Esos sentimientos y emociones llevan a la agresividad a convertirse en agresión, en muchos casos.
Los vínculos que se establecen con el equipo son muy cercanos a los que establecemos en grupos de amigos o familiares y, por ello, defendemos con agresividad (incluso agresión), lo que es “nuestro”, sacando así nuestros instintos más primitivos. Sin embargo, es importante condenar actos de violencia como lo ocurrido en el Monumental cada vez que se presenten, de modo que el deporte pueda ser disfrutado y vivido por todos sin temor.
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