Pablo Rossel Estrada, Investigador y académico de Geología Universidad Andrés Bello Concepción.
Hace casi 200 años Charles Darwin relataba de forma clara los efectos de un terremoto y tsunami en las costas de Chile central. Una historia que ya era conocida y recurrente para nuestros compatriotas desde tiempos coloniales. “En Concepción, cada fila de casas, cada mansión aislada, formaba un montón de ruinas bien distinto; en Talcahuano, al contrario, la ola que había seguido al terremoto y que inundó la ciudad no había dejado al retirarse sino un confuso montón de ladrillos, tejas y vigas, y aquí y allá alguna pared aún en pie”, decía el naturalista.
Es así como tras tantos siglos de aprendizaje hemos interiorizado de muy buena forma la convivencia con los terremotos, convirtiéndonos en un país pionero y referente en construcción antisísmica y en una sociedad adelantada en el entendimiento de la relación natural entre las personas y los temblores. Lo anterior ha derivado en una norma constructiva altamente rigurosa, que muchas viviendas soportaran tan brutal embate de la naturaleza casi sin consecuencias.
Sin embargo, esta realidad contrasta con los catastróficos efectos del posterior tsunami originado por el sismo del 27F. La costa de la Región del Maule fue dramáticamente afectada, cientos de personas perdieron la vida y otras tantas decenas se encuentran desaparecidas hasta hoy.
En la región del Biobío, las pérdidas humanas y materiales fueron enormes, con afectaciones mayores en los puertos de Talcahuano y Coronel y las caletas de Dichato, Tirúa y Lota, entre otras. Escenario que también se repitió en parte del territorio insular de nuestro país.
La lucha contra el mar y su inclemencia es sumamente compleja y reviste retos altamente desafiantes para la ingeniería. Sin embargo, creo que ya es tiempo de dar un paso hacia adelante en nuestra relación con los tsunamis.
Nuestra geografía ostenta más de 4000 km de costa, la que producto del explosivo aumento demográfico durante el último siglo está alojando una cada vez mayor población. Lo anterior, inevitablemente llevara a que el número de posibles afectados por un maremoto en los años venideros aumente.
Esta problemática nos obliga, como sociedad, a hacernos cargo de este reto, si no lo hacemos prontamente, los tristes números que dejó el tsunami de 2010 podrían llegar a ser opacados por una catástrofe sin precedentes.
La ciencia hace años nos ha entregado las herramientas para conocer las dinámicas asociadas a estos sucesos. El desarrollo de complejos modelos numéricos nos permite predecir de forma clara y precisa cómo los distintos eventos podrían afectar a nuestras costas e infraestructura. Mas, la planificación territorial muchas veces parece desconocer esta realidad, obviarla y dejarse llevar por intereses cortoplacistas.
En este sentido, pareciera ser que en nuestro país la opinión de los geo-cientistas es sistemáticamente obviada en la planificación territorial. Basta con retrotraerse un par de meses para encontrarse el caso de los edificios sobre las dunas de Concón, construidos en un lugar que hace más de 20 años el Servicio de Geología y Minería había indicado como inadecuado y riesgoso, o con los reiterados deslizamientos producto de la mala planificación de taludes en la ruta 156, los cuales aislaron y pusieron en peligro la vida de cientos de personas durante los derrumbes de los últimos temporales, por nombrar un par. ¿Cómo es posible que, en el país más sísmico, con la costa más larga y con más volcanes activos del mundo no sea obligatoria la firma de un Geólogo para la realización de obras civiles?
Dice el saber popular que cada chilena y chileno vive por lo menos un “Gran Terremoto” (1835; 1877; 1906; 1928; 1939; 1960; 1985; 2010), es más, hace un tiempo, Sergio Barrientos, director del Centro Sismológico Nacional, hacia un simple cálculo estadístico en base al registro histórico de eventos telúricos en nuestro país: “En Chile es esperable un sismo de magnitud superior a 8 Mw cada 12 años”.
Pronto se cumplirán 15 años de esa oscura noche de verano en que cientos de compatriotas perdieron la vida. No nos expongamos otra vez a lo mismo, mejor aún, tomemos la oportunidad de ser en el futuro, un referente en la mitigación de los efectos de tsunamis, y así quizás seamos capaces de ayudar a salvar miles de vidas, no solo en nuestra tierra sino en todo el mundo. Los avances tecnológicos se suceden en forma vertiginosa, permitiendo que la ciencia tenga cada vez un mayor impacto. Sin embargo, si como sociedad no adoptamos este camino, estamos condenados a revivir los horrores del pasado. La mano de obra en Chile es altamente calificada, démosle entonces la oportunidad de mejorar nuestras vidas. Por siempre, ¡Ciencia para Chile!
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