Psiquiatra infantil
Académico de Psicología UNAB
La exposición de niños y adolescentes a hechos de violencia en la comunidad, como asaltos con armas, portonazos o balaceras, se ha tornado frecuente en los últimos años. La evidencia acumulada, nos muestra de manera consistente que presenciar eventos violentos incrementa significativamente el riesgo de estrés postraumático, ansiedad, depresión, trastornos del sueño y dificultades en la regulación emocional, siendo especialmente importante en la persistencia de los síntomas, el nivel de estrés percibido por el niño durante y después del evento.
Desde el punto de vista neurobiológico, la exposición a la violencia activa los sistemas de respuesta al estrés, en particular el eje amígdala–hipotálamo–hipófisis–adrenal. En los cerebros en desarrollo de niños y adolescentes, esta hiperactivación sostenida puede alterar la modulación del miedo, la atención y la memoria, favoreciendo estados de hipervigilancia, reexperimentación y evitación. Esto explica por qué muchos niños presentan pesadillas, retraimiento social o conductas regresivas incluso semanas después del evento.
Desde el punto de vista ecológico, la literatura señala que la violencia comunitaria debe entenderse como un factor de riesgo transversal para el desarrollo de psicopatología. Los niños que crecen en entornos altamente inseguros muestran mayor prevalencia de trastornos ansiosos, síntomas depresivos, conductas externalizantes y dificultades en el rendimiento escolar. A largo plazo, esto facilita trayectorias de mayor vulnerabilidad psicosocial. Enfrentarse a esto, implica necesariamente el desarrollo de políticas públicas que aborden la exposición a estas situaciones. A nivel familiar, el actuar de los adultos, tanto padres como figuras cercanas, es fundamental para modular el impacto sobre el niño. En este sentido, tanto minimizar la situación e invalidar al niño, como sostener un relato alarmante, incrementan el riesgo de cronificación de los síntomas. En contraste, la presencia de adultos disponibles, capaces de escuchar y de explicar lo ocurrido con un lenguaje acorde a la edad, generan un espacio de validación, que protege contra la persistencia del cuadro.
Es importante tener una mirada preventiva, por lo que se recomienda hablar de seguridad: enseñar a pedir ayuda, a reconocer figuras seguras y a comunicar lo vivido sin vergüenza, entregando mensajes claros, concretos y centrados en conductas de autocuidado. Esto fortalece la sensación de control percibido por el niño, una de las variables psicológicas más relevantes en la prevención de psicopatología relacionada al trauma. Por otra parte, es importante evitar la sobreprotección, dado que construye una visión del mundo como un lugar permanentemente peligroso, lo que se asocia a mayor ansiedad. En suma, evitar la psicopatología en niños expuesto a situaciones de violencia, depende, al menos en parte, de la capacidad de los adultos para regular su propio miedo, ofrecer contención emocional y operar como reguladores externos de la experiencia traumática.

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