Sociólogo, académico Psicología
Universidad Andrés Bello
Nada justifica la violencia en el trabajo, menos aún, si los agresores son funcionarios públicos que violaron los derechos humanos de un joven que solo quería trabajar y superarse, como lo ocurrido en el Hospital de Osorno. Para analizar este caso con la profundidad que se merece, es necesario usar el marco de los Derechos Humanos que nuestro país ha suscrito y ratificado. Los DDHH son las facultades que tenemos las personas para vivir libres de la intervención arbitraria del Estado, solicitando de este la realización de determinadas acciones para la vida. A la vez son derechos morales, exigencias éticas, valores, que deben ser respetados y garantizados por los Estados, los gobiernos y los funcionarios públicos.
Tal como los calificó la Fiscal a cargo, que ordenó la desvinculación de los imputados y la apertura de una investigación, los actos cometidos arbitrariamente por funcionarios del Estado y que afecten la dignidad de la persona se deben tratar como violaciones a los derechos humanos. En este caso uno de los actos más graves es el de la tortura, que, de forma consciente y habitual estos profesionales ejecutaron contra otro funcionario.
Los Derechos Humanos tienen sólidos fundamentos en el derecho internacional, entre ellos la dignidad, que contiene un imperativo ético y jurídico; y el principio de la no discriminación, principio transversal que incluye a todas las personas sin distinción. Como sociedad, debemos repudiar activamente este tipo de acciones, tanto en los lugares de trabajo como en los espacios públicos.
Desde la sociología, estas acciones se tipifican como violencia social, que se como todo acto con impacto social que atenta contra la integridad física, psíquica o relacional de una persona o grupo de personas, siendo estos actos llevados a cabo por un sujeto o por la propia comunidad.
Existen muchas formas de violencia social, como es la violencia intrafamiliar, las agresiones racistas u homofóbicas, los secuestros, los homicidios, las agresiones sexuales, el vandalismo, el acoso escolar o laboral.
Puede originarse, además, en contextos muy diversos, siendo incitada por la interacción de múltiples factores, en el caso en cuestión, fue en un hospital en el lugar de trabajo de víctima y agresores.
Para entender cómo se origina este tipo de violencia es necesario profundizar en algunos factores que operan como desencadenantes, como la percepción de desigualdad. En ocasiones la violencia social es ejercida en condiciones en las que los individuos perciben la existencia de inequidad, esto se da cuando grupos sociales que deberían recibir el mismo trato por parte de las instituciones, observan que otros grupos o personas reciben más beneficios o tratos privilegiados. Esto puede dar origen, por ejemplo, a fenómenos de masas como los saqueos, como ocurrió en las protestas de 2019.
La exclusión social, es decir, la sensación de no ser considerados por la sociedad como parte de ella, también genera frustración e ira respecto al mundo y la sociedad en la que se vive. Robos y agresiones, son algunos de los tipos de violencia generados por este factor.
En tercer lugar, es preciso considerar la amenaza a la propia posición. El objetivo de la violencia social es mantener o aumentar el propio estatus o poder social. Uno de los motivos para ello es la consideración de que el propio poder se encuentra amenazado. El ejercicio de poder o mayores conocimientos laborales por parte de otro puede ser considerado como incompatible con la autonomía y el propio poder, con lo que el grupo social se ve frustrado y busca aumentar el control de los demás a través de la violencia.
Sin embargo, y pese a que podemos encontrar elementos que explican la conducta, ninguno la justifica, así como tampoco se puede defender la inacción de quienes son testigos de este tipo de hechos. No cabe aquí esperar a que otro intervenga, para diluir la responsabilidad en el grupo. Necesitamos de una cultura organizacional que contemple protocolos, que respalde la colaboración y que proteja a las partes del rechazo o de represalias.
El miedo, la desensibilización o el estrés, sumados a la percepción de que la violencia es tolerada o normalizada en el entorno laboral, las dinámicas de poder y las relaciones desiguales, deben ser erradicadas como prácticas. Sobre todo, es preciso promover un clima de respeto, inclusión, valoración o empatía. No podemos simplemente silenciarnos o paralizarnos, de lo contrario contribuimos a que este tipo de casos sigan ocurriendo.
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